Todos los años, viendo la Cabalgata de Reyes, me acuerdo de él, de Baltasar Gaspar Melchor María de Jovellanos, nacido, tal día como hoy, hace 275 años.
Hoy quiero celebrar este aniversario con la «Epístola heroica de Jovino a sus amigos de Sevilla» escrita en 1778 cuando, habiendo sido nombrado Alcalde de Casa y Corte [de Madrid], tuvo que abandonar la Sevilla de Olavide, y a sus queridos amigos, tras diez años de estancia en la capital hispalense.
Voyme de ti alejando por instantes,
oh gran Sevilla, el corazón cubierto
de triste luto, y del continuo llanto
profundamente aradas mis mejillas;
voyme de ti alejando y de tu hermosa
orilla, oh sacro Betis, que otras veces
en días ¡ay! más claros y serenos
era el centro feliz de mis venturas;
centro, do mal mi grado, todavía
me retienes las prendas deliciosas
de mi constante amor y mi ternura,
prendas que allá te deja el alma mía,
dulces y alegres cuando a Dios le plugo,
y agora por mi mal en triste ausencia
origen de estas lágrimas que lloro.
¡Ay! ¿dónde iré a esconder, de ti distante
y de su dulce vista, mi congoja?
¿En qué clima del mundo hallar pudiera
algún solaz esta ánima mezquina?
Sumergido mi espíritu en un profundo
golfo de congojosos pensamientos,
va mi cuerpo arrastrado al albedrío
de los crueles hados. ¡Ay cuán rauda-
mente me alejan las veloces mulas
de tu ribera, oh Betis deleitoso!
Siguen la voz, con incesante trote,
del duro mayoral, tan insensible,
o muy más que ellas, a mi amargo llanto.
Siguen su voz; y en tanto el enojoso
sonar de las discordes campanillas,
del látigo el chasquido, del blasfemo
zagal el ronco amenazante grito,
y el confuso tropel con que las ruedas
sobre el carril pendiente y pedregoso
raudas el eje rechinante vuelven,
mi oído a un tiempo y corazón destrozan.
De ciudad en ciudad, de venta en venta
van trasladando mis dolientes miembros,
cual si ya fuese un rígido cadáver.
¡Ah, cuál me lleva triste y mal parado
el acerbo dolor! ¡Ay, cuál me lleva,
de tal arte abatido que no hay cosa
que vuelva el gozo a mi ánima angustiada!
Ni los alegres campos, del otoño
con las doradas galas ataviados,
ni la inocente y rústica algazara
con que hace resonar los hondos valles
la bulliciosa juventud, que roba
del padre Baco los opimos dones;
ni en las verdes laderas los rebaños,
do con las llenas ubres de su madre
juega balando el tierno corderillo;
ni las canoras aves por el viento;
ni en su argentado margen, por mil giros
serpeando el arroyuelo mormurante,
ni toda, en fin, la gran naturaleza
en su estación más rica y deleitosa
le causa algún placer al alma mía.
En vano se presentan a mis ojos
la ancha y fecunda carmonense vega,
hora de sus tesoros despojada;
la orilla del Genil, ceñida en torno
del árbol a Minerva consagrado,
donde ya el pingüe fruto bermejea;
los cordobenses muros, con la cuna
de tanto ilustre vate ennoblecidos;
mil pueblos que del seno enmarañado
de los Marianos montes, patria un tiempo
de fieras alimañas, de repente
nacieron cultivados, do a despecho
de la rabiosa envidia, la esperanza
de mil generaciones se alimenta;
lugares algún día venturosos,
del gozo y la inocencia frecuentados,
y que honró con sus plantas Galatea,
mas hoy de Filis con la tumba fría
y con la triste y vacilante sombra
del sin ventura Elpino ya infamados,
y a su primer horror restituidos;
en vano todo aquesto mis cansados
ojos, al llanto solamente abiertos,
en sucesiva progresión repasan;
que, aunque tal vez en lágrimas bañados
del sol los halla el rayo refulgente,
nada les da placer. Por todas partes
descubren sólo un árido desierto,
y esles molesta hasta la luz del día.
Mas ¡ay! lejos de ti, Sevilla, lejos
de vosotros, oh amigos, ¿cómo puede
ser de mi corazón huésped el gozo?
¿Por ventura moraron de consuno
alguna vez la pena y el contento?
La clara luz del sol más enemiga
no es de la negra noche y su tiniebla
que lo es de la alegría mi tristura.
Busco sólo la acerba remembranza
del bien perdido, y sólo me consuela
llorar mi desventura y mi mancilla.
Van por el aire vago mis querellas,
capaces de ablandar las rocas duras,
do las repite el eco lastimado.
Vosotros, vientecillos, que batiendo
las alas odoríferas, al clima
que el meridiano sol inflama y dora
lleváis el refrigerio apetecido,
¡ay! sobre ellas también llevad piadosos
mis flébiles acentos a su esfera.
Y tú, piadoso Betis, que al encuentro
tantas veces me sales, condolido
de mi dolor, y en tu corriente pura
mis lágrimas recoges tantas veces,
¡ay! llévalas do puedan con las suyas
mezclarlas Galatea y mis amigos;
llévaselas, oh padre venerando,
que, si por otras dotes eminente,
de hoy más serás por tu piedad famoso.
De hoy más serás nombrado, y de tu orilla
los cisnes cantarán en loor tuyo
frecuentes himnos; subirá tu fama
sobre la fama del sagrado Tibre,
y en tu alabanza emplearán por siempre
Jovino y sus amigos la su lira.
Mas ¡ay!, ¿dó estáis agora, oh mis amigos?
Tú, mi dulce Miguel, tú, gloria mía,
gloria y honor del hispalense suelo,
de pundonor y de amistad dechado,
tesoro de virtud y de doctrina,
oculto empero en ejemplar modestia
y abierto sólo al pecho de Jovino;
tú, amado Caltójar, que en floreciente
y hermosa juventud eres espejo
y flor de la andaluza gallardía,
buen esposo, buen padre, buen patriota,
en fe constante, en amistad sincero;
y tú, querido Isidro, otra esperanza,
ausente yo, de la hispalense Temis,
perseguidor del vicio, y de la santa
virtud apoyo: eternos compañeros
de mi florida edad, dulces amigos,
pedazos de mi alma, ¿dó estáis hora?
¿Acaso vais al ancho consistorio
a consagrar, alumnos de Sofía,
vuestros talentos a la dulce patria?
¡Ay, os diera yo ejemplos otras veces
de esta virtud honrada y provechosa,
de este amor patrio, y juntos le buscábais
en pos de mí con generoso anhelo!
¿Por ventura pisáis la verde orilla
del ancho Betis, y con discursos graves
o sazonados chistes, vais las horas,
las fugitivas horas engañando?
¡Ay! en tan dulce y noble compañía,
¿por qué no se halla el triste de Jovino?
¿Quién le arrancó de tan feliz morada?
¿Quién le privó de tan cabal ventura?
¡Ah, ya no volverán esos lugares,
do el alma paz, el gusto y la alegría
moran de asiento, a recrear sus ojos!
Mas hora que en las aguas lusitanas
su rostro esconde el padre de las luces,
¿acaso vais en dulce compañía
a ver a la angustiada Galatea?
¡Ay! ¿dó se esconde? ¿Acaso en la espesura
del verde enmarañado laberinto
del real jardín, morada deliciosa,
do al canto de ella en tiempo más felice,
de vosotros también acompañado,
se solazaba el triste de Jovino?
¿Acaso, avergonzada, entre las murtas
esconde su semblante, aquel semblante,
trono de la modestia y alegría,
y agora en tristes lágrimas bañado?
¡Ay! di, ¿por qué te escondes, Galatea?
Divina Galatea, ¿desde cuándo
la natural ternura es un delito?
¿El ojo más procaz notar pudiera
las lágrimas vertidas en el seno
de una amistad virtuosa y sin mancilla?
Su llanto escondan los que en él al mundo
un testimonio dan de sus flaquezas;
pero el sensible corazón, al casto
fuego de la amistad solmente abierto,
¿se habrá de avergonzar de su ternura?
¡Ah, no se cubra la virtud sencilla
con el color de la vergüenza infame,
y el rubor y el atroz remordimiento
vayan a atormentar las almas reas!
¡Ay, cuántas veces, ay, entre esas murtas
pasó contigo del sereno otoño
las sosegadas tardes en alegres
dulces coloquios el que sin ti agora
en muda y triste soledad las pasa!
¡Cuántos blandos coloquios, mientras leda
y de los tus amigos en compaña
el florido recinto discurrías,
cuántos blandos coloquios deleitaban
nuestros unidos inocentes pechos!
También contigo la florida estancia
cruzaban divertidas la virtuosa
Marina, de leal y blando pecho,
mal de su infiel zagal correspondida,
y la envidiosa Lice, que aunque en años
con la antigua corneja compitiendo,
todavía en donaire y hermosura
contigo (¡ay necia!) competir querría.
¡Oh, cuántas veces la infeliz, cantando,
llamó con voz temblona al perezoso
amor, que en tu semblante reposaba,
en tu joven semblante, y no la oía!
Que sobre seca rama nunca el malo
hacer quisiera asiento ni manida.
Reíanse a su espalda y se admiraban
de su sandez Jovino y sus amigos,
y tú con blando enojo los reñías.
¡Ay! ¿qué maligna estrella, qué hado impío
le arrebató a Jovino esta ventura,
esta feliz y llena bienandanza?
¡Ay! ¿dó le arrastra su fatal destino?
Llévale en corta edad a que se engolfe
en alta mar, donde al continuo embate
de afanes y vigilias, de ti ausente,
su vida a un tiempo y su ventura acabe.
Llévale a sepultar su triste llanto
en lejana región, sólo habitada
de pechos insensibles, do no tienen
la compasión ni la piedad manida.
Llévale a ser esclavo de una austera
terrible obligación, ¡ay, cuán costosa,
ay, de su blando pecho a la ternura!
Llévale, en fin, a que en afán contino
espere la vejez, la edad del llanto,
de cuidados y males combatida,
y de los dulces años con la triste
remembranza, más triste y congojosa.
Vendrá en pos de ella, aunque con lento paso,
la perezosa muerte, único puerto
a los extremos males; mas vendráse
lentamente la cruda, sólo pronta
a cortar con segur inexorable
la flor de juventud viva y alegre,
empero siempre sorda y detenida
al infeliz que en su favor la invoca.
¡Ay, cuándo, cuándo el deseado día
vendrá a acabar con mi perenne llanto!