De los expedientes matrimoniales consultados en el Archivo General del Arzobispado de Sevilla relacionados con la nobleza jerezana, el de D. Cristóbal Tamariz Martel, hijo de los marqueses de la Garantía, y Doña María del Carmen de Villavicencio, bisnieta de los marqueses de Valhermoso, es quizá el más completo en cuanto a la manifestación pública de la nobleza no sólo de los contrayentes sino de todos los miembros de ambas familias.
En este expediente, de 1817, se incluyen las partidas de bautismo de los contrayentes: él, de la parroquia de Santa Cruz de Écija en 1797; ella, de la jerezana de San Marcos, en 1801, y en ambas queda de manifiesta la extracción social de los padres, abuelos y, en el caso de ella, hasta sus bisabuelos:
“hija legitima de Don José de Villavicencio y Villavicencio y de doña Inés de Angulo, sus abuelos paternos Don José Villavicencio Zurita y Doña Petronila Fernández de Villavicencio y abuelo maternos de Don Gregorio Angulo y Doña María Lasso de la Vega, biniesta paterna de don Bruno de Villavicencio y Doña Francisca Zurita y de los Exmos. Señores Don Lorenzo Fernandez de Villavicencio grande de España, Marqués de Valhermoso de la Mesa y casa de Villavicencio, duque de San Lorenzo y Valhermoso, alcaide los reales alcázares y torre del homenaje, 24 de preeminencia, coronel del regimiento de milicias, y mariscal de campo honorario, y doña María de Villavicencio y Sacarras, bisnieta materna de Don Francisco Angulo Fernandez de Valenzuela Batxando y Cisnero y de Doña Inés Tamariz Torres de Villavicencio Valderrama y Moscoso y de Don Antonio Lasso de la Vega Rivas y Castroviejo, caballero de la orden de san Juan honorario, y de Doña Francisca Fernández de Bobadilla y Eslaba”.
Cristóbal Tamariz elevó un memorial a las autoridades eclesiásticas sevillanas para que se le formase pliego matrimonial secreto y se llevase “con el sigilo posible: porque procediendo los contrayentes de familias de la mayor distinción y teniendo por consecuencias muchos enlaces y relaciones esto les obligaría a tener que hacer muchos convites por evitar etiquetas…”. Los gastos, obviamente, serían altísimos: Doña María del Carmen descendía de la más antigua nobleza andaluza, no solo jerezana sino también astigitana y lucentina: Villavicencio, Angulo, Lasso de la Vega, Valenzuela, Tamariz… Sus antepasados o parientes más cercanos ostentaban títulos nobiliarios, alguno con Grandeza de España, eran caballeros maestrantes (su futuro marido, Cristóbal Tamariz, lo era de la de Sevilla), eran caballeros de órdenes, regidores perpetuos o caballeros veinticuatro, etc…
Hermana mayor de la anterior fue Doña María del Rosario de Villavicencio, la cual había casado tan solo tres años antes en Jerez con D. Gerónimo de Angulo, sobrino y nieto de los marqueses de Villamarta. Además de la licencia paterna que, en este caso, firma Doña Inés de Angulo, viuda ya de Villavicencio, encontramos el ascenso a capitán de caballería de Angulo, “atendiendo a los servicios y mérito que ha contraído en las actuales circunstancias”, es decir, la Guerra de la Independencia, y una brevísima biografía que acreditaba su soltería. Angulo había vivido en Jerez hasta 1804 y, siendo cadete de guardias españolas, pasó a Madrid, donde residió unos cuatro años; después fue ascendido a guardia de corps, destinado a la ciudad de Córdoba, donde estuvo un año y después participó en la guerra “sin hacer parada de consideración en ningún pueblo hasta que retirados los franceses de las Andalucías obtuvo su licencia de retiro”. Asimismo, se incluye la petición de los contrayentes para que, al igual de su hermana, el pliego fuese secreto: “pidieron se les reciban sus declaraciones e información todo con el mayor sigilo y en clase de secreto a causa de que siendo de ilustres familias y bastante dilatadas si lo llegan a entender estas será preciso hacer los convites que semejantes casos se acostumbran y para evitar los gastos tan excesivos que se ocasionarán y etiquetas y disgustos suplicaban a S.M. tuviere a bien formarles su pliego secreto”.
Sobrino segundo del anterior, e hijo y nieto paterno de los marqueses de Villamarta y nieto materno de los condes de Montegil, fue D. Álvaro Dávila y Adorno, VII marqués de Villamarta, nacido en Jerez y bautizado en la parroquia de San Juan a finales del año 1808.
Dávila casó en Jerez en 1830 con Doña Josefa Grandallana, en cuyo expediente matrimonial se hace constar que es “de estado noble” así como ambos contrayentes “son iguales en calidad, cualidad y circunstancias”. En consecuencia, el Real Permiso, otorgado a solicitud de la marquesa de Villamarta y condesa de Villafuente Bermeja, ya viuda, estaba en La Granja de San Ildefonso, el 22 de agosto de 1830. Como los anteriores, las amonestaciones no serían públicas porque “estando muy relacionados en este pueblo de hacerse sigilosamente por cuanto siendo ambos de familias distinguidas y estando muy relacionados en este pueblo, de hacerse público el enlace tendría que hacer grandes gastos y convites que no atraen más que etiquetas y disgustos y deseando evitarlos”.
Bisabuelo paterno del anterior y antepasado directo también de los marqueses de Campoameno fue el matrimonio formado por D. Álvaro Dávila y Anaya y Doña Ana María de Guzmán, IV marqueses de Villamarta, y cuya posteridad quizá no sea consciente del tortuoso proceso por el que, al menos durante un año, tuvieron que pasar sus antepasados para celebrar su matrimonio que, en algunos momentos, pareció imposible.
Como os comenté anteriormente, dentro de la sección Justicia del Archivo General del Arzobispado de Sevilla, se conserva la serie de Palabras de casamiento, es decir, de aquellos expedientes instruidos por la autoridad eclesiástica para dirimir los pleitos interpuestos para hacer cumplir las palabras de casamiento que habían sido incumplidas… y en caso de que se hubiera dado palabra a dos o más personas, ésta debía decidir. En este caso, debemos remontarnos a la palabra de casamiento que Doña Ana María de Guzmán había dado por escrito a D. Álvaro Dávila y a la reiteración de la misma meses después, de la siguiente manera:
“Digo yo Ana María de Guzmán y Adorno, hija legítima de los señores D. Francisco de Guzmán Dávila, marqués de Villamarta, y Doña Mariana Adorno, reitero y de nuevo vuelvo a dar palabra de casamiento, a D. Álvaro Dávila y Anaya, la que antes tenía dada por otro papel todo de mi puño (el que por justos motivos el dicho D. Álvaro entregó a mi padre en una de las tribunas del Convento del Carmen; como lo declara, si se le pide juramento, fiándose y entregándoselo como caballero; en quien ponía toda su confianza y mi honor) y viendo que el dicho mi padre no se da por entendido y le vuelvo a dar la palabra y a reiterar los esponsales contraídos en los que de nuevo me afirmo y de nuevo los contraigo. Y asimismo declaro que aunque este papel no es de mi letra (por no tener libertad para escribirlo) lo es mi firma; la que siempre reconoceré por mía. Y para que conste donde convenga lo firmo de mi nombre voluntariamente y sin que nadie me haya influido. En Jerez, en 18 de noviembre de 1755 años. Doña Ana María de Guzmán y Adorno.”
Como expone, Dávila entregó, confiadamente, el primer papel a Villamarta y, en un carta que se aporta en el procedimiento para conocer la inicial voluntad de Villamarta, éste decía que accedería a conceder su licencia, “porque la niña es la que quiere casarse, y no yo quien la casa” pero que lo haría después de Navidad. Todo lo contrario. Cumplida la Navidad, Dávila se dirigió al provisor eclesiástico de Sevilla para que sacase a Ana María de casa de su padre pero, además, de no encontrarla en Jerez, Doña Ana María había otorgado (¿voluntaria o involuntariamente?) un poder notarial a su padre para que él consiguiese la nulidad de la palabra de casamiento dada, por haber sido engañada.
Doña Ana María había sido trasladada a la ciudad de Sevilla con su tío D. Roque de Guzmán, presbítero, luego estuvo en las casas del capellán del convento de religiosas de Santa Paula y de ellas pasó al Hospital de San Bernardo. Por una parte, varios testigos afirmaron que, efectivamente, ella le dio palabra de matrimonio y él le dijo que los padres de la Compañía de Jesús la harían cumplir. Alguno, incluso, afirmó que ella llegó a decir «que aunque supiera iba con él a comer pan seco y a pasar muchísimos trabajos, que no le daba cuidado, que no con otro alguno que con el dicho D. Álvaro se casaría». Por otra parte, aunque admitió que había firmado los papeles, mantenía que nunca le dio palabra con juramento y que ahora había cambiado de intención, más que nada para tener el consentimiento de su padre, que quería anular dicha palabra y que estaba en la ciudad de Sevilla a voluntad propia. A ello, Dávila respondía que «se evidencia la anfibología y confusión con que procede ocultando la realidad e los hechos acaecido y desentendiéndose de otros«.
El proceso terminó en matrimonio pero las respuestas de los testigos a los interrogatorios y la declaración de la propia Doña Ana María ante la abadesa del convento de Santa Paula de Sevilla, no nos permiten conocer la verdad. Me temo que el expediente está incompleto… y hasta aquí hemos podido leer.
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