Se ha cumplido este año que va llegando a su fin el segundo centenario de la publicación en Londres de Letters from Spain, cuya autoría, bajo el pseudónimo de Leucadio Doblado, corresponde al sevillano con raíces irlandesas, José María Blanco y Crespo, más conocido como Blanco White y cuya primera edición en español vio la luz un siglo y medio después.
Para celebrarlo, traemos aquí unos breves fragmentos de la Carta II en la que presenta las características de la “crema y nata de la sociedad” española para continuar con un “esbozo de su vida diaria”. No hay que perder de vista el contexto en el que escribe estas cartas, una vez que se ha producido la Guerra de la Independencia y se había promulgado, y derogado, la Constitución de 1812, el uso de determinados términos como clase (en lugar de estamento) o casta (para referirse a las familias tituladas que formaban la Grandeza de España) y la crítica que realiza a este grupo social.
Sobre la nobleza en España.
La línea divisoria más amplia es la que separa nobles y plebeyos. Pero debo prevenirle a Vd. de nuevo contra la imagen errónea que dichas palabras pudieran sugerir a un inglés. En España, cualquier persona cuya familia, por real patente o prescripción inmemorial, es exonerada de ciertas cargas o disfruta de determinados privilegios, pertenece a la clase nobiliaria. Me parece evidente que esta distinción se remonta al repartimiento de las tierras en las ciudades conquistadas a los moros. En algunas cédulas de nobleza –no puedo decir si todas son iguales– el rey, después de enumerar los privilegios a los que la familia es promovida, añade la cláusula general de que sus miembros serán considerados, a todos los efectos, como hidalgos de casa y solar conocido. Muchas de las dispensas vinculadas a esta nobleza inferior han sido anuladas en nuestros días [1798], no sin un reconocimiento explícito de la jerarquía de quien podía pretender a ellas antes de la modificación de la ley. Pero, todavía hoy, un caballero –nombre que abarca la hidalguía privilegiada en sus numerosos e indefinidos matices– no puede ser sorteado para la tropa y sólo los hidalgos pueden ingresar en el ejército en calidad de cadetes. (…)
La noblesse –la llamaré así para evitar un término equívoco– desciende del padre a todos sus hijos varones, de una vez para siempre. Pero aunque una hembra no pueda transmitir dicho privilegio a su prole, su calidad de hija de hidalgo es un requisito indispensable para constituir lo que, en el idioma del país, se denomina un noble de cuatro costados, esto es, un hombre cuyos padres, abuelos y bisabuelos pertenecen a la clase privilegiada. Solamente estos nobles cuadrados pueden ingresar en las órdenes de caballería. Sin embargo, los tiempos han degenerado, y podríamos nombrar a numerosos caballeros de esta ciudad dotados con más de un costado gracias a la destreza de los notarios que actúan de secretarios en el acto de reunir y redactar los documentos y pruebas necesarios en tales ocasiones.
Sobre la limpieza de sangre en España.
Existe otra distinción de sangre que, según entiendo, es propia de España y a la que la masa del pueblo se halla tan ciegamente apegada que el labriego más humilde juzga su carencia como una fuente de miseria y degradación que está condenado a transmitir a toda su posteridad. La menor mezcla de sangre africana, india, mora o hebrea tiñe la totalidad de una familia hasta la generación más distante. El conocimiento de tal hecho no desaparece en el curso de los años ni llega a pasar inadvertido en razón de la obscuridad o insignificancia de los interesados. Ningún chiquillo de esta populosa ciudad [Sevilla] ignora que un antepasado de una familia que, desde tiempos inmemoriales, posee una confitería en el centro de Sevilla, fue penitenciado por la Inquisición por relapso en el judaísmo. (…) Una persona libre de sangre impura es definida por la ley como cristiano viejo, limpio de toda mala raza y mancha. La severidad de esta ley, o más bien de la opinión pública que la impone, cierra a sus víctimas las puertas de todo cargo estatal o eclesiástico y las excluye incluso de las cofradías o asociaciones religiosas abiertas aun a las personas de las clases más bajas. Creo realmente que, si san Pedro fuera español, o bien negaría la entrada en el cielo a la gente de sangre impura, o la enviaría a un rincón apartado, donde no pudiera ofender la vista de los cristianos viejos.
Sobre los Grandes de España.
(…) Es un hecho que la mayoría de los Grandes y de la nobleza con título de este país [España] debe gran parte de su sangre a hebreos y moriscos. Su linaje ha sido rastreado hasta aquellas ramas infectas en un libro manuscrito que ni la influencia del gobierno ni los temores a la Inquisición, han podido suprimir por completo: se llama Tizón de España. (…)
El privilegio mayor de los Grandes es el de permanecer cubiertos en presencia del rey. Por tanto, hablar de dos o más sombreros en una familia equivale a decir que posee un derecho hereditario a otros tantos títulos de Grandeza. Del orgullo que infunde a los Grandes un matrimonio con los de su propia casta y del hecho de heredar las hembras bienes y títulos, se ha producido un enorme acopio de propiedades y honores en unas pocas manos. El objetivo principal de todas estas familias es aumentar constantemente esta acumulación absurda. Desde su infancia, casan a los hijos, por dispensa, con algún gran heredero o heredera (…). Si solamente entrara en juego la vanidad, este alarde irrisorio de jerarquía y parentesco podría ser desechado hoy día con una sonrisa. Pero el sistema absurdo y odioso que nuestra nobleza defiende con tanto mimo entraña un daño mucho más hondo. Rodeados de sus propios domésticos, evitados por los hidalgos –escasamente predispuestos a un intercambio en el que prevalece un sentimiento de inferioridad–, pocos Grandes se libran de las consecuencias naturales de semejante vida: ignorancia supina, presunción intolerable y, a veces, aunque no siempre, una fuerte dosis de vulgaridad. (…)
Sobre la hidalguía, o la baja nobleza.
Como la hidalguía se ramifica a través de todo varón cuyo padre disfruta de este privilegio, España está plagada de hidalgos que se ganan la vida con oficios humildísimos. Por haber servido de refugio la provincia de Asturias a la pequeña parte de la nación que preservó el nombre y trono españoles contra los ataques de los conquistadores árabes, difícilmente hay un nativo de aquella región montañosa que no pueda mostrar hoy día un título legal a los honores e inmunidades ganados por sus antecesores en una época en que todo soldado obtenía un porción del territorio recobrado a los invasores o era recompensado con una exención perpetua de las contribuciones y servicios que recaían exclusivamente en los campesinos llanos. (…)
Las innumerables y caprichosas graduaciones de la jerarquía familiar creadas por los españoles para su propio uso, y sin el menor fundamento en las leyes del país, resisten la descripción. Aunque la hidalguía es una condición necesaria, especialmente en las ciudades del interior, para ser admitido en la buena sociedad, no basta en modo alguno para alzar las miras de cualquier hidalgo a un enlace familiar con la sangre azul del país. Las tonalidades con que el fluido vital se aproxima a este privilegiado matiz confundirían la pericia del mejor colorista. Con todo, dichos prejuicios han perdido bastante fuerza en Madrid –si exceptuamos, claro está, entre los Grandes– y en ciudades marítimas como Málaga y Cádiz –en donde el comercio ha enhestado muchas familias nuevas y algunas extranjeras. Pero se ha propagado por toda la nación, incluso entre las clases más bajas, un espíritu de vanidad que puede descubrirse en la evidente mortificación que experimentan artesanos y domésticos ante la omisión de algunas formas de tratamiento destinadas, por así decirlo, a arrojar un velo sobre la humildad de su condición. Llamar a un hombre por su profesión de herrero, carnicero, cochero, sería considerado un insulto. Todos esperan que se les llame por el nombre de pila o por la genérica denominación de maestro y, en ambos casos, anteponiendo señor, a menos que la palabra que designe el oficio implique superioridad, como rabadán, mayoral, aperador. (…) Los mercaderes al por mayor, si pertenecen a la clase de los hidalgos, pueden codearse con la nobleza. Procuradores y notarios suelen ser incluidos en el renglón de los caballeros, si bien su jerarquía, como en Inglaterra, depende en gran parte de su riqueza y respetabilidad personal. Con los médicos ocurre aproximadamente lo mismo.
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