Uno de los cinco preceptos básicos de cualquier genealogista es la consulta, al menos una vez en la vida, del Catastro de Ensenada que, como sabrán todos los lectores de este blog, ofrece una detallada descripción de la composición familiar de nuestros antepasados de mediados del siglo XVIII así como de sus propiedades, bienes y rentas. Menos frecuentado por los genealogistas, porque tampoco se ha conservado de manera sistemática, es el conocido como Apeo de Garay, elaborado entre 1818 y 1820.
Los Cuadernos Generales de la Riqueza, realizados a partir de la reforma de Martín de Garay de 1817, son, según Bringas Gutiérrez, “una pieza prácticamente desconocida de la evolución de los trabajos catastrales en España, elaborados a medio camino de las averiguaciones realizadas en la Corona de Aragón y de Castilla durante el siglo XVIII y el sistema de Contribución de Bienes Inmuebles, Cultivo y Ganadería, introducido por la reforma tributaria de Mon en 1845, y que dio lugar a la confección de las cartillas evaluatorias y de los amillaramientos durante la segunda mitad del siglo XIX.”
Se vivían tiempos difíciles para la hacienda real tras la Guerra de la Independencia (1808-1814), razón por la cual el Real Decreto de 30 de mayo de 1817 (¡qué casualidad! El día de la onomástica del mismísimo rey…) establecía la Contribución General del Reino, que abolía las rentas provinciales y otros tributos y los sustituía, en el medio rural, por un impuesto directo y proporcional al valor de la producción agraria. A diferencia de la Única Contribución que se quiso implantar en tiempos del riojano marqués de la Ensenada, este impuesto gravaba la producción, no la propiedad, por lo que era necesario conocer el producto de las distintas ramas productivas.
Dicho y hecho. Las autoridades municipales comenzaron su labor “fijando los límites y la extensión total del pueblo, al mismo tiempo que reunían la información necesaria sobre todas las propiedades (tierras, ganados, edificios) y rentas (oficios, negocios, censos, etc) de los vecinos y hacendados forasteros, así como de las instituciones eclesiásticas (iglesia parroquial, monasterios, conventos, etc.) afincadas en el lugar y del propio ayuntamiento. Para posteriormente registrar el valor (tanto por lo que respecta a su valor en venta como a su posible valor en renta), la extensión y los lindes de las tierras de cada vecino, además del resto de sus bienes, tanto raíces (edificios, etc.) como ganados, salarios, censos, rentas, etc.”
Por tanto, si tenemos la suerte de que se haya conservado el apeo de Garay de la población en la que vivían nuestros antepasados, tendremos una foto fija de las propiedades (tierras, ganados y edificios) y rentas (oficios, negocios, censos) que tenían hacia 1820, completando la información que podamos tener de antepasados anteriores o posteriores, procedente del Catastro de Ensenada, para mediados del siglo XVIII, o de los amillaramientos que se realizaban desde mediados del siglo XIX y que suelen conservarse en los archivos municipales.
En el artículo de Miguel Ángel Gutiérrez Bringas publicado hace ya casi tres décadas en el Noticiario de Historia Agraria, que ha servido de base para la redacción de esta entrada y cuyas fotocopias, que he desempolvado ahora, forman parte desde este mismo instante de la bandeja de papel reciclado una vez que he comprobado que se encuentra digitalizado aquí, encontrareis un listado de archivos y poblaciones en los que se ha conservado esta fuente, fundamental para la historia económica, para la historia agraria, pero también para la genealogía, sobre todo, si se han perdido los archivos parroquiales y escasean padrones u otro tipo de fuentes.
Una versión posterior de dicho artículo, que también incluye las referencias a los archivos y las signaturas completas de distintos lugares para los que se ha conservado el conocido como Apeo de Garay, lo encontraréis en la revista CT-Catastro.