Edmund de Waal vuelve a dedicarse a los archivos, esos lugares que describe como «una forma de mostrar lo concienzudo que se es”, y a la historia familiar, ahora, la de los Camondo, una familia de origen sefardí que, desde Constantinopla, llegó a París en 1869, como también hicieran sus antepasados procedentes de Odesa, los Ephrussi, cuya genealogía e historia familiar nos presentó en La liebre con ojos de ámbar.
De Waal cuenta que regresa a los archivos, donde encuentra «inventarios, copias en papel carbón, catálogos de subastas, recibos y facturas, memorandos, últimas voluntades y testamentos, telegramas, anuncios de periódico, tarjetas de condolencia, menús y esquemas de la distribución de los invitados en la mesa, partituras, programas de ópera, bocetos, registros bancarios, cuadernos de caza, fotografías de obras de arte, fotografías de la familia, fotografías de lápidas, libros de cuentas, cuadernos de adquisiciones” y todo ello le sirve para ofrecernos, en una correspondencia escrita desde el presente y hacia el pasado, la historia de los Camondo en París durante el último tercio del siglo XX y la primera mitad del XX.
El destinatario de sus cartas es el conde Moisés de Camondo (Constantinopla, 1860 – París, 1935). Camondo llegó siendo niño a un París, el del Parc Monceau, en el que todos parecían primos: los ya citados Camondo y Ephrussi pero también los Rothschild, los Erlanger o los Hirsch… «arribistas, intrusos, nuevos ricos, usureros, nouveaus roturiers, advenedizos, trepas, oportunistas, vividores, ambiciosos, falsarios.» Casado en 1891 con Irène Elise Cahen d’Anvers, cuyo retrato pintado por Renoir acompaña a estos párrafos, y de la que se separó apenas unos pocos años después, se convirtió en uno de los más importantes coleccionistas parisinos. Las vidas de sus dos únicos hijos, Nissim y Béatrice, se vieron truncadas, respectivamente, por las dos guerras mundiales. Y, a su muerte, en 1935, legó su palacio con toda su colección al Museo de Artes Decorativas de París, con el nombre de Museo Nissim de Camondo.
De Waal, lo reconoce, necesita «buscar las cosas que no han sido catalogadas ni archivadas ni fotografiadas» y, con una enorme plasticidad, fruto de su trabajo como ceramista, nos describe el palacio, habla de las caballerizas y la caza, de las porcelanas, de las alfombras, las pinturas y los tapices, y hasta de alfileres de corbata. Tanto es así que, en un momento dado, creo que el único de la obra, se dirige al lector y no al comte Camondo, y le pide disculpas si se limita «a enumerar los materiales que la componen, pero es que son pura poesía».
De Waal nos sugiere una serie de lecturas esenciales sobre la familia Camondo, desde las monografías publicadas en 1997 por Nora Seni y Sophie Le Tarnec, por un lado, y por Pierre Assouline, por otro; a los catálogos de exposición y otras obras publicadas sobre el Museo Nissim de Camondo, o la relativamente reciente publicación de la correspondencia de Nissim de Camondo durante la Primera Guerra Mundial.
Publicada originalmente en inglés 2021, acaba de ser editada por Acantilado, con traducción de Marta Marfany Simó, en este mes de septiembre que ya se acaba.