Cuando María Stepánova le contaba a su interlocutor, historiador del Museo del Holocausto de Washington, el tema sobre el que se encontraba trabajando para su próximo libro, éste le espetó: «Ah, sí, es uno de esos libros en los que el autor viaja por el mundo en busca de sus raíces: de ésos ahora hay muchos«.
Es cierto, se han publicado en los últimos años muchas historias familiares, autobiografías, novelas basadas en hechos reales… (aquí ya he comentado algunas), pero el libro de María Stepánova no es uno más y va mucho más allá. Constituye toda una reflexión sobre la memoria y la relación que se establece entre los seres humanos y los objetos que estos dejan tras su muerte.
Los objetos, «esos entes amados y dotados de subjetividad» según Joseph Cornell, «se convierten en únicos y legítimos sustitutos dado que los destinatarios del libro [de Stepánova] murieron mucho antes» de que ella misma comenzara a escribir En memoria de la memoria. De hecho, comenzó a escribir este libro mucho antes de que estuviera decidida a hacerlo, en su niñez, y también años más tarde cuando abandonó esa idea (me siento identificado con ella en este aspecto… Quizá algún día yo también encuentre la forma y las palabras para escribir mi historia familiar, ¿pero cuál? ¿de qué familia en concreto? ¿la historia de todas las familias de las que desciendo? Bueno, ya veré…).
Un edificio, una casa o un apartamento; un cementerio, una cripta, una tumba o un epitafio; un museo cualquiera de Viena, como el Josephinum, el Museo Judío de Berlín o el ya citado del Holocausto en Washington; un Rembrandt o el millar de guaches de Vida? O teatro? de Charlotte Salomon; una película, como el corto documental Diversions, de Helga Landauer o el collage experimental Rose Hobart, de Joseph Cornell; una muñeca, como una de las frozen Charlotte de la cubierta; un libro, como el Austerlitz de Sebald, el Habla memoria, de Nabokov, o el Maus de Spiegelman; las fotografías de Francesca Goodman o las de Rafael Goldchain para su “Yo soy mi familia”, un libro excepcional acerca de la memoria y de la vanidad de la memoria sobre el que escribiré algún día; y, por supuesto, los documentos de archivo, que son «la vida atrapada de repente», en contraposición a la historia, que tiene una garganta estrecha, a diferencia del archivo y su abundancia de vida.
Stepánova recorre las ciudades rusas de Pochinki, “esa negra eternidad en la memoria colectiva de la familia”, Nizhni Nóvgorod, Sarátov o San Petersburgo/Leningrado, de donde partieron las cartas del tío Liodik durante el larguísimo asedio de la ciudad en la Segunda Guerra Mundial, o las ya tristemente conocidas por todos ciudades ucranianas de Odesa, donde la historia de los Stepánov se cruza con la de los Ephrussi y su colección de netsuke (de nuevo, los objetos), y de Jersón, a cuyo archivo acudió Stepánova buscando sus raíces.
Porque para ella, ”no hay ocupación más importante que la búsqueda del tiempo perdido (…) Lo que yo me disponía a hacer -ordenar documentos, hurgar en los archivos, viajar de un lado para otro para ver con mis propios ojos los restos del pasado- se convirtió de pronto en parte de un afán común (…). La parte más interesante de la historia propia es aquella que desconoces. Lo crucial en la historia de los otros estriba en el magnetismo animal de las afinidades electivas que te hacen elegir una concreto de entre un centenar.”
Stepánova diferencia tres tipos de memoria: la memoria de lo perdido, “consciente de que nada puede ser recuperado”; la memoria de lo recibido; y la memoria de lo que no fue, “la que crea fantasmas a partir de lo visto”. En cualquier caso, el objeto de la memoria es siempre el mismo, y añade: ”la memoria es legal; la historia, escritura. La memoria se ocupa de la justicia; la historia, de la exactitud. La memoria moraliza; la historia saca cuentas y corrige el cálculo. La memoria es un asunto personal; la historia sueña con la objetividad. La memoria no se basa en el conocimiento, sino en la experiencia: el sufrimiento y los sentimientos compartidos, el dolor ensordecedor que requiere una acción inmediata.”
La autora alterna los capítulos con lo que ella llama los “no capítulos”, en los que se transcribe la correspondencia de sus antepasados y con la que va recuperando la memoria de los mismos: la de su bisabuela, Sarra Guinzburg, la de sus abuelos maternos, Lionia Gurevich y Liolia Fridman, y de sus abuelos paternos, Nikolai Stepanov y Dora S. Axelrod.
En resumen, una obra, editada por Acantilado hace un par de meses, muy recomendable. Y si os interesa este tema, os recomiendo el ensayo con el que comencé mis lecturas del pasado verano, La trama de la memoria. Una filosofía del recuerdo y del olvido, de Mayka Lahoz.
PRESENTE = PASADO; UNA ENTELEQUIA EN LA QUE NUNCA PENSAMOS.
Memorizar la memoria: una cuestión escabrosa y de difícil comprensión para quienes nunca se ha preocupado por lo vivido, sólo por el futuro, y no hablo del presente, porque en cuestión de memoria, el presente es tan sólo una instantánea no superior a una millonésima de tiempo,pues de presente sólo tenemos el 0,000001 de segundo, que ha pasado antes de que yo haya escrito la cifra, el primer cero al esribirlo era presente, pero alnponerle la coma pasó a ser futuro, y por tanto ya no me pertenece, entre mis hechos yqa es sólo historia, ya no soy sdueño de ese momento en que pulsé la ecla para reflejar ell primr cero en la pantalla, Supongamos que al pisar una tecla, la correspondiente al cero, por ejemplo, si en ese momento, mi corazón se para, eso sería lo último que quedaría de mi consciencia, eso quedaría como minúltimo instantem de mi pasado.